Ahí estaba, en esa casa a la que había prometido nunca entrar. No sabia como la habían convencido pero no pudo rechazar la invitación. Se encontraba aterrada. Ya llevaba bastante tiempo esperando en la puerta principal a que alguien la atendiera, la única persona que había visto en esa casa era al mayordomo que le abrió la puerta y sin decirle más había desaparecido.
Se encontraba examinando lo que estaba a su alrededor cuando una puerta llamó su atención, se dirigió hacia ella, era una puerta grande de madera vieja, no tenía chapa por lo que decidió empujarla. Se oyó un rechinido que erizó su piel, sin embargo, su curiosidad era mayor que su miedo y decidió entrar.
Era una cocina enorme, nunca había visto nada parecido, solo con entrar ahí se sentía un frío que te calaba el cuerpo. El piso era de mármol pero estaba tan sucio que se veía de color gris Las paredes eran de una piedra tan obscura que si no fuera por la antorcha que se encontraba cerca de la puerta, no se podría ver nada. En lo alto de las paredes se encontraba una alacena que parecía inalcanzable formando una escuadra. Frente a la puerta se encontraba el fregadero cuyo aspecto era peculiar, las llaves formaban 2 serpientes que se entrelazaban en el medio formando el grifo, estaba hecho de un metal que el tiempo ya había oxidado. A cada lado del fregadero se encontraban dos alacenas grandes con 3 cajones cada una, al abrir uno de los cajones descubrió que estaba lleno de cuchillos afilados de todo tipo, delgados, gruesos, largos, cortos. Cerró el cajón y prefirió no averiguar más. Junto a la alacena de lado izquierdo se encontraba un horno para pan muy antiguo y su fuego estaba encendido. A la derecha de la antorcha se encontraba una mesa simple que sostenía el anafre y en medio de la cocina había una mesa como de un metro de largo incrustada en el piso, su base estaba hecha de cemento pintado de negro y el tablón era de una madera muy vieja llena de ranuras.
Se acercó a ver la mesa más de cerca y encontró unas manchas rojas, pensó que era sangre pero trató de borrar ese pensamiento de su mente. En el centro de la mesa había una canasta con unas flores que alguna vez tuvieron vida y en la esquina izquierda un cuchillo muy afilado junto a una tabla de madera para picar, alguien había estado ahí.
De pronto sintió un hambre terrible y se dirigió al refrigerador, al abrirlo un olor repugnante invadió el lugar, sintió un asco que se fue apoderando de ella, había pedazos de carne ensangrentada envueltos en bolsas de plástico, fruta muerta y desperdicios de guisos. Ya no pudo seguir mirando, azotó la puerta del refrigerador y trató de salir corriendo pero un espantoso grito la paralizó, fue un grito de miedo, de angustia, que provenía de la planta alta de la casa, el corazón le palpitaba cada vez más de prisa, cuando se recupero se dirigió muy despacio hacia la puerta pero oyó pasos que provenían de las escaleras.
Buscó un lugar donde esconderse y en el fondo del cuarto frente a la entrada encontró una pequeña puerta de aluminio, la abrió y entro al pequeño cuarto que escondía la cocina, cerró la puerta tras sus pies y quedo en absoluta oscuridad.
Oyó la voz áspera de un señor que se dirigía a la cocina junto con una niña pequeña. Ambos discutían, sin embargo, no alcanzaba a distinguir sus palabras, no conocía su lenguaje.
Volvió a escuchar el mismo rechinido escalofriante y los pasos de las dos personas, unos pasos eran firmes, sin embargo, los otros forcejaban intentando escapar, no había duda, habían entrado a la cocina.
El hombre comenzó a gritar, oía como el metal del cuchillo, que había encontrado antes en la mesa, golpeaba contra algo al mismo tiempo que la niña gritaba de dolor. Estaba segura, se iba a cometer un asesinato.
Esos sonidos la atormentaban y trató de salir a detener esa atrocidad, pero el miedo la paralizaba, no la dejaba actuar.
Un calor invadió su cuerpo y comenzó a sudar frío, supuso que estaban usando el anafre, un olor a carne quemada invadió el lugar, no era posible, la estaban quemando viva, quiso gritar para detenerlo, pero su garganta no pudo producir ningún sonido.
Se oía el fuego de la leña consumiéndose en el horno, no quería imaginar como iba a ser utilizado.
Tenía miedo, miedo por la niña y miedo por ella que podría correr con la misma suerte. En un acto de valentía giro la chapa, ya no podía soportar más, abrió la puerta del pequeño cuarto y para su sorpresa no había nada, todo estaba tal y como ella lo había dejado antes de esconderse, no había ningún olor, ningún sonido, sin embargo colgado sobre la cabecera de la mesa había un cuadro que no había notado antes. Se acercó a verlo, un sentimiento de angustia la invadió, en ese cuadro estaba ella huyendo de la misma casa en la que se encontraba. Entonces lo entendió, todo estaba en su mente, sus temores habían escapado.
fin